domingo, 22 de junio de 2025

Cuando duele Afuera, Calla Adentro

Hay ausencias que no caben en palabras.

Por eso el cuerpo.

Por eso las marcas.


Una mordida:

no como castigo,

sino como prueba

de que fui habitada.

Un cuello adolorido:

no como señal,

sino como dolor que se deja ver

cuando por dentro no cabe más.


No hay poema que salve

a quien se entrega

sabiendo que será devuelta

a la incertidumbre.


Pero hay cuerpos que aprenden

a bailar con lo irreal:

si no me amas del todo,

ámame con la intensidad

de lo que queda cuando estás.


Mi piel no exige futuro,

mi corazón, en su oscuro,

busca un lugar seguro

donde no tiemble, donde esté puro.


Y tu presencia es brutal:

a veces torpe, a veces callada,

tierna como bestia domesticada.

Tu ternura violenta

transforma el dolor

en fuerza renovada.


Me tomas

y en ese acto el mundo

queda en pausa.

No hay historia,

no hay promesa,

solo cuerpos haciendo del instante

su única verdad.


Luego te vas.

Y no te llevas nada,

salvo todo.


Entonces abrazo las sábanas

como si pudieran devolverme la respiración.

Tienen tu olor.

Y con mis dedos

redibujo en el aire

la forma en que tu sombra

se hundió en mí.


Estoy viva.

Lo sé porque arde,

porque el cuerpo late y responde,

lo sé porque el dolor es real y no esconde,

como si el alma al fin hallara su horizonte.


He encontrado un lugar

donde el dolor de afuera

silencia al que grita adentro.


Y en ese silencio,

el cuerpo adolorido se vuelve refugio

del torbellino y duelo,

un remanso en el desconsuelo…


Porque cuando duele afuera, calla adentro.







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